jueves, 24 de julio de 2014

¿Tenéis el libro...?

- Buenos días.
- Buenos días.
- ¿Tenéis el libro que le vi una vez a una chica?
No dice nada más. Se queda plantada delante del librero con su sonrisa, pelo recogido, mirada franca, gafas de diseño, escote veraniego, bolso infinito.
- No sé, ¿sabes algo más del libro?
- Sí - sonríe consciente de la vaguedad de sus palabras-. Follaban.
- ¿Algo más?
- Pues me parece que al principio a ella no le gusta, pero luego sí y él es guapo.

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- Buenos días.
- Buenos días.
- ¿Tenéis algún libro con alguna historia?
- ¿Un libro de historia?
- No, un libro con alguna historia. De amor o de asesinos.
- Alguno tenemos.
- Pero que sea una historia que sirva para esperar. Si no es para esperar, pues no sirve.

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- Hola.
- Hola.
- ¿Tenéis uno de esos libros que enseñan a follar bien?

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- ¿Tenéis el workbook de inglés?
- ¿De qué editorial? ¿Y curso?
- De inglés y el curso no sé. Es que todo eso del colegio lo lleva más mi mujer y con cuatro hijos no querrás que me sepa dónde va cada uno, ¿no?

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- ¿Tenéis el libro que encargué?
- ¿A qué nombre se hizo el encargo?
- Al mío. ¿Ha llegado o no?

domingo, 20 de julio de 2014

Crisis lectora

En plena crisis lectora.
¿Qué significa eso?
Que puedo llegar a pasarme veinticuatro horas sin abrir un libro.
Y para una persona que cuando baja a buscar el pan se lleva un libro por si hay cola o se lleva dos libros a la boda de un amigo por si hay algún momento tonto, es mucho.
Muchísimo.
Y me desespero, claro. Abro libros y los cierro a las tres páginas. Miro una y otra vez los centenares de libros que tengo en casa por leer, pero ninguno me apetece. Releo por aquí y por allá alguna página de novelas que me gustaron. Voy como alma en pena por casa. Miro una y otra vez las mismas estanterías en la librería por si en los últimos cinco minutos ha aparecido algo nuevo que se me hubiera pasado por alto. Suspiro. Me quejo. Bufo. Pierdo el tiempo mirando las paredes y vuelvo a suspirar. Me aburren mis géneros de siempre y no me apetece nada probar algo nuevo.
Aburrido.
Desquiciado.
Quejoso.
Bastante patético, lo sé.
Al final de este bache lector siempre acabo saliendo de la misma forma. Me cae en las manos un libro totalmente alejado de lo que acostumbro a leer. Algo que nadie, ni yo, pensaría que acabaría leyendo. Creo que es una forma de relajar la mente. Dos o tres libros leyendo algo que de forma usual no leería que me sirve para reconectar con la novela negra, la fantasía, lo experimental, el terror...
¿Y qué estoy leyendo ahora?
El viernes entré en la librería después de mi consabido jueves de descanso. Mi jefe me comenta que el día anterior vino tal representante y dejó un ejemplar promocional de un libro que saldrá en septiembre y que la editorial tiene mucha esperanzas y bla bla bla y que al representante le gustó de forma inesperada. Lo cojo y miró. Me lo llevo que no tengo nada que leer. ¿En serio?, pregunta el jefe. A ver qué tal. ¿Qué libro es?
Open de Andre Agassi.


La autobiografía del tenista. Llevo tres días con ellas. Es lo único que leo ahora. La historia de alguien que no me interesa, su relación con un deporte que no me interesa, sus matrimonios, obsesión por el pelo, descripciones de partidos que no entiendo y mucho sufrimiento, odio y represión. ¿Y qué tal?

Pues bien. Es lo que necesitaba. Me permite leer, recomponer estructura lectoras y, la verdad, es que el libro está sorprendentemente bien escrito. El personaje me sigue sin interesar (aunque sorprende tanto odio por el deporte, tanta represión de sentimientos, tanta dependencia), pero admiro la sinceridad aunque ya sabemos que toda autobiografía no deja de ser una faceta de la ficción. Y no aburre, lo que es mucho.

La verdad es que no me hubiera nunca imaginado encontrándome leyendo la autobiografía de un deportista de élite. Ni me interesan las biografías ni el deporte, pero todos sabemos que las crisis acaban conllevando nuevos escenarios.

¿Y después de este? No sé. Un ensayo antropológico sobre brujería, quizás. Ya veremos.

domingo, 13 de julio de 2014

Harold Lloyd en un globo

Igualada es famosa porque nunca se hace nada.
Esa es por lo menos la cantinela que se oye en muchos de sus habitantes y que todos los que hemos vivido en ella lo hayamos dicho en algún momento.
Y no es cierto aunque, claro, si se compara lo que se hace ahora en la ciudad con lo que se ha llegado a hacer, pues sí, en Igualada no se hace nada. Pensad que estamos hablando de una ciudad fundada por Ramses II durante unas vacaciones, que ha soportado invasiones fenicias, griegas, romanas, sajonas, vikingas, aztecas, plutonianas, yankis, confederados, nazis comunistas, amazonas y muchos etcéteras. Que ha visto como su caudaloso río era utilizado para conspiraciones, pruebas nucleares, concursos de starletts. Donde se hizo el primer festival de Cannes, se enterró con honores a Alejandro Magno y aun perdura en su memoria los paseos de Gina Lollobrigida por sus Ramblas del brazo de un poderoso empresario de la zona.

Comparado con su historia, en Igualada a día de hoy no se hace nada.

Entre las cosas que se hacen, pero parece que no, en julio hay un festival que en aras de la modernidad tiene nombre en inglés. El European Balloon Festival. ¿Y qué es? Pues un festival de globos aerostáticos de nivel europeo. ¿Qué por qué no se llama Festival Europeu de Globus? Pues no sé, eso es cosa de la organización y ahí no me meto. Pues eso, globos por el cielo, hinchar los globos, saludos y actividades paralelas.
Reconozco que a mí el festival me la trae más bien floja, y perdonaréis la expresión. Los globitos nunca me ha llamado la atención y lo de volar nunca ha sido una de mis prioridades. Pero suelo estar al tanto de las actividades que se organizan a su alrededor por si hay algún concierto que me interesa (este año no es el caso) o alguna proyección (que sí lo fue).

El martes hicieron una proyección de tres cortos de Harold Lloyd con música de piano en directo. Me lo dijo mi buen, pero enervante amigo Jordi y para allá que fuimos.


La proyección la hacían en un teatro que habían acondicionado para la ocasión. Habían cubierto la sala del teatro con una tela de globo y la sensación era estar dentro de uno. A mí no me hizo ni pizca de gracia porque mi claustrofobía es importante aunque sea en espacios cerrados, pero amplios y las mofas del gilipollas de mi amigo no ayudaban.

Entrar en la sala del teatro fue una pequeña odisea. Al llegar coincidimos con un montón de señoras mayores, a los que los maleducados llaman viejas, que salían en tropel cual ñus con exceso de laca de una reunión social. Ellas salían, nosotros entrábamos. Yo, en un acto de supervivencia que se puede confundir con el egoísmo, me colé entre dos señoras que salían y casi atropello a una. Jordi, movido por no se qu
é sentimiento de amabilidad, sonrió a una de esas abuelas y le sostuvo la puerta para que saliera. ¿Resultado? Que se quedó como un pasmarote aguantando la puerta a cerca de veinte señoras que sin consideración y dominando la creación salieron todas juntitas.

Accedimos a la sala y los cortos.
El primero, flojito. Una película temprana y básica. Harold afinando el personajes.
El segundo, maestro. Una puñetera genialidad. Numbre, please? Un ejemplo de pura comedia física, de construcción de gags, de arte puro cinematográfico. Y sí, la carga emocional del montaje cinematográfico es cosa de Griffith y los rusos, pero el ritmo es creación de los cómicos americanos. Se nota que Lloyd ya había encontrado su personaje (el chico que quiere impresionar a toda costa a una chica que no se lo merece), se sentía cómodo ante la cámara y que detrás de ellas estaba el genio de Hal Roach.


El tercero, divertido, pero con hambre de largo. Una historia que necesitaba el largometraje para desarrollarse. El corto discurría a medio gas, algo apresurado en la resolución de los gags. Más metraje, más tiempo, más historia y desarrollo. Al poco llegarían los largos de Harold Lloyd y un puñado de obras maestras.

¿La reacción del público? Estupenda. Carcajadas. Entre viejos y jóvenes. Funciona. Sigue funcionando. La comedia que en los años diez y veinte se inventaron en Hollywood sigue funcionando. Los clásicos no fallan y desde la comedia griega, ver a un pobre hombre enfrentado a la gran maquinaria del universo por una china, sigue despertando empatía y carcajada.

Después del cine, paseíto y cada uno para su casa deseando que este tipo de actividades se hicieran más a menudo.

martes, 8 de julio de 2014

Cosas del fin de semana

A. y yo hemos empezado a ver la serie Justified, un policíaco construido en la gama de grises que apunta maneras y que en mí se ha ganado un seguidor por varios motivos:
- lo tranquila que es en la exposición de temas, relaciones y personajes.
- un humor algo negro y cabrón.
- el entorno. Ese ambiente del medio oeste de caravanas, pequeños traficantes, basura blanca y personajes que solo quieren irse a otra parte y olvidar que una vez estuvieron en Kentucky.
- el aire de neo western de la propuesta.
- lo entretenida que es.
- está basada en un relato corto de Elmore Leonard y eso se nota en los personajes y diálogos. El ensayo del tiroteo o la conversación de dos matones sobre por qué a uno de ellos no le gusta trabajar para un tipo de Miami son estupendo.
- los personajes femeninos, duros.


Una de las frases que ha acompañado mi vida es aquella que dice Marlene Dietrich en Testigo de cargo, "Nunca me desmayo porque no estoy segura de caer con elegancia". Ya no puedo decir que la cumpla a rajatabla. El sábado me desmayé en la tienda. No fue por una fuerte impresión, como defensa ante el ataque de un ninja de dos cabezas o producto del calor que hacía en la pista de baile y donde nadie tuvo la gentileza de romper las ventanas para que corriera un poco de fresco. Estaba yo en la tienda recomendando a una señora un libro de Percy Jackson para su zagal, cuando, de repente, un mareo, un qué se yo que la cabeza se me iba y apoyo la mano en la estantería. No me sostengo y empiezo a caer  ante el estupor y las llamadas de advertencia de las personas que estaban en la tienda. Porque, claro, puestos a desmayarse mejor hacerlo con la tienda llena. Un día mi sentido del espectáculo me va a perder.

Tumbado en el suelo, con las piernas en alto, alguien masajeando las sienes, rodeado de mujeres (por cierto, gracias a todas ellas, si hubiera tenido que depender de la capacidad de reacción del elemento masculino que había en la librería seguramente ahora mismo estaría devorado por las ratas). Y a la chica que atendía que salió disparada para traerme un refresco de azúcar y un poco de chocolate. ¿Y el motivo del desmayo? Dicen que la presión, la tensión, el azúcar, los triglicenidos, la vitamina A que se disparó, un intento de asesinato, una regeneración fallida, una posesión diabólica, un viaje astral, etc. No estamos muy seguros, pero seguramente el motivo acabará siendo el más divertido y donde pueda haber más monstruos.


Ya estamos en plena temporada de texto; el momento del año más desabrido y aburrido. Libros, cuadernos, deberes de verano, lecturas obligatorias (¡tienes que leer diez páginas al día o durante media hora seguidas, lo que pase antes!), encargos, anulaciones, discusiones, presupuestos... Lo de todos los años, pero con el cansancio de llevar ocho haciéndolo.

He estado soñando, entre otras cosas, que vivía en un edificio colmena donde traficaban con órganos, con una carta que ponía siempre dentro de un buzón, pero que volvía a mi bolsillo, con dedos finos como agujas que tocaban a Bruckner en las ramas de los árboles, con partos por delegación, cuadros que cobran vida, etcétera. El subconsciente ha estado más activo de lo acostumbrado siempre a un paso de la pesadilla, pero salvándose por la ironía de la propuesta. Siguen los movimientos de cámara, los subtítulos, la fotografía cuidada.

Y entre esto y que el domingo le vi por accidente las tetas a una vecina, que he ido pasando el fin de semana.